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Técnicas de control de la agresividad Niño

Técnicas de control de la agresividad

Hay niños con conductas más agresivas que pueden ser realmente difíciles de llevar. Suele ser un comportamiento pasajero, pero hay que buscar las causas, canalizarlo y buscar soluciones, si es necesario. 

Este comportamiento aparece alrededor de los cuatro años y las acciones pueden dirigirse hacia una persona y objeto de manera verbal o física.

Los niños pequeños no tienen un control de sus impulsos de angustia, miedo, rabia… pues la parte superior de su cerebro se está todavía formando y tienen dificultades para controlar sus impulsos primarios. De todas formas, la etapa de la agresividad es pasajera. Alrededor de los dos años encontramos el pico de tendencia agresiva de los niños, pues antes de esa edad no son capaces de incorporar el sentido de los demás, son egocéntricos y prácticamente solo existen ellos mismos.

 

Influencia externa

Aparte del propio temperamento de los niños, es decir, su forma de ser, es importante valorar que la agresividad puede aprenderse dentro del ámbito familiar. Cuando regañamos a un niño porque agrede físicamente y acompañamos la regañina dándole un azote, este hecho le producirá una gran confusión y tenderá a reproducir la conducta de sus mayores que le acompañan. Y cuando estos mayores no están, si existe una televisión o un videojuego que hacen incontrolada e inapropiadamente la función de “cuidador”, las posibilidades de generar conductas agresivas se multiplica.

Por otra parte, los niños cada vez están más expuestos a un mundo lleno de prisas, ansiedad, tensión, estrés…, elementos estos que favorecen las conductas agresivas.

 

Visita al especialista

Existen ciertos grados en las manifestaciones agresivas, y si estas requieren la intervención de un especialista nos estamos acercando al concepto de  “agresividad patológica”. Dentro de las formas más frecuentes de este trastorno podríamos destacar las de carácter incontrolado y explosivo, la agresividad contra uno mismo y una cierta obsesión por interpretar cualquier mensaje de los demás como un acto de provocación contra uno mismo. En estos casos es conveniente que el niño pueda desahogarse en un lugar retirado para canalizar su agresividad, a través de juegos o deportes, y reforzar sus conductas positivas, razonando en la medida de lo posible sobre la inutilidad de las rabietas cuando esté más calmado.

 

Dos técnicas de control

Para controlar la agresividad podemos utilizar dos técnicas muy útiles:

  1. La técnica de la “tortuga”. Fue diseñada por M. Schneider (1974) como un método muy eficaz para el autocontrol de la conducta impulsiva en el aula, revelándose muy útil en situaciones de descontrol por carga emocional. Funciona muy bien en niños preescolares y hasta los siete años de edad. A partir de esta edad, la escenificación de la tortuga se utiliza como planteamiento lúdico de una técnica de relajación y autocontrol. Se trata hacer un simil con la tortuga, que se repliega y se mete en su caparazón. Con la imagen mental que provoca este animal, se invitará al niño a dramatizar la sensación de frustración de la tortuga, su rabia contenida e intento de introducirse en el caparazón. Cuando la tortuga se introduce en el caparazón para vencer los sentimientos de rabia y furia, el niño escenificará esta actitud pegando la barbilla al pecho, colocando los brazos a lo largo del cuerpo y presionando fuertemente barbilla, brazos y puños cerrados, mientras cuenta hasta diez. La distensión posterior provocará una relajación inmediata. Esto concluye invitando al niño a realizar “la tortuga” en aquellos momentos en los que el enfado o la agresividad le desborde. Para motivar la aplicación de esta técnica, se propone al niño un refuerzo: una tortuguita de cartulina. Si aplica la técnica de la tortuga obtendrá puntos para la tortuga “de verdad”. Se dibujará una tortuga grande en cartulina y su caparazón estará cubierto de “escamas-casillas”, que serán los puntos a conseguir. El niño podrá tachar o colorear una de las “escamas” en dos ocasiones: si ha conseguido hacer la tortuga en un momento difícil o si ha recordado a otro niño que lo hiciera cuando ha visto que se iba a descontrolar.
  2. La técnica del “Oso Arturo”: a través de este personaje, el niño aprenderá que en cualquier situación y para cualquier actividad, tarea, juego o problema tendrá que hacerse cuatro preguntas en voz alta y contestarlas, aprendiendo a controlar su conducta mediante autoinstrucciones:
  • ¿Cuál es mi problema?
  • ¿Cuál va a ser mi plan para solucionarlo?
  • ¿Estoy aplicando mi plan?
  • ¿Cómo lo he hecho?

 

Recomendaciones para la familia

  • Conviene que los niños aprendan a solucionar por sí mismos sus diferencias, sin nuestra implicación en el conflicto, manteniéndonos al margen, pero alertas por si finalmente hiciera falta nuestra intervención.
  • Tener cuidado con los tiempos muertos y la inactividad que favorecen el aburrimiento y los comportamientos agresivos, siendo conveniente una planificación adecuada de las actividades familiares.
  • En ningún caso admitiremos que se produzcan agresiones físicas, debiendo trasmitirles a los niños que el hecho de que peguen nos entristece.
  • Actuar con el ejemplo, enseñar con hechos y no solo con palabras, evitando nosotros mismos comportamientos agresivos.
  • Proponer soluciones, no imponerlas. La idea de sugerir pactos es una de las más aceptadas, pues la resolución del conflicto a través de un consenso fomenta la unidad.
  • Observar y registrar cuándo, cómo y con qué frecuencia se producen las peleas o discusiones, para poder determinar si existe una causa predominante y reiterada que las genera. Si llevamos a cabo esta actividad, podremos extraer conclusiones de mucha utilidad y de carácter preventivo.
  • Guardar la imparcialidad. Si hay un conflicto entre hermanos, por ejemplo, debemos evitar tomar partido por alguno de los implicados, pues esta forma de actuar basada en ciertas preferencias acrecentaría la tensión.
  • Evitar expresiones del tipo “ya estáis otra vez”, “siempre estáis peleando”… que fomentan una visión pesimista de carácter generalista, y que pueden ser cambiadas por otras más objetivas que se refieran a la acción en concreto y que admitan positivizar la situación, tales como “ya sabemos que os queréis, así que esto os saldrá bien juntos si por ejemplo…”.
  • Favorecer un espacio de comunicación exclusivo con cada uno de los implicados en el conflicto, para darle la oportunidad de explicarse teniendo en cuenta su carácter, su particular percepción de los hechos e intentando averiguar su emoción de fondo que le lleva a actuar de esa manera determinada; tal vez sean celos, envidias…
  • Enseñarles a pedir perdón y a reconocer los errores.
  • Hacer que el niño reflexione una vez calmada la situación, así tomará conciencia con cierta distancia de los hechos para favorecer su objetividad.